Educar
a los niños ha sido una de las preocupaciones más constantes a lo largo de la
historia de la Humanidad, la formación integral del individuo era y es el objetivo
principal de cualquier proceso de aprendizaje. Al logro de dicha formación contribuye,
de un modo especial la afectividad estable, serena y equilibrada, mediante la
cual el sujeto establece relaciones con su entorno, primero con sus padres, y
después las amplía el resto de la sociedad.
El equilibrio afectivo-emocional, entre
otros muchos beneficios, permite al niño alcanzar una personalidad madura. Este
proceso evolutivo debe integrar y armonizar diversos aspectos, entre los que
podemos citar: Rasgos Constitucionales (Sistema nervioso central, Sistema
nervioso autónomo, Sistema glandular, Constitución física, Capacidad
intelectual etc.); Desarrollo psicomotor, que ayudan al niño a ampliar su
entorno físico iniciando así una etapa de exploración e independencia que le
permita moverse y relacionarse con los objetos libremente; Desarrollo intelectual
mediante el cual interioriza, comprende e interpreta la estimulación externa, iniciando
la formación de sus estructuras cognitivas; Desarrollo afectivo-social que
permite establecer relaciones con los demás ampliando y enriqueciendo su proceso
de socialización. Y por último, las experiencias transmitidas por los agentes
sociales (familia, escuela, sociedad contribuirán a que el sujeto alcance dicha
maduración.
La práctica educativa apenas ha
valorado la importancia que tiene la afectividad en el desarrollo y adquisición
de una personalidad equilibrada y estable, por el poco valor que hasta ahora,
se le ha atribuido para el éxito académico. Sin embargo, si tenemos en cuenta
que la educación debe orientarse al pleno desarrollo de la personalidad de los
alumnos, el desarrollo cognitivo debe complementarse con el desarrollo
emocional. La educación emocional debe dejarse sentir en las relaciones
interpersonales, “en el clima de aula” y en el trabajo académico.
Desde esta perspectiva amplia, la educación
emocional es una forma de prevención de actos violentos, estados depresivos,
consumo de drogas, etc. No debemos olvidar que los estudios realizados sobre la
violencia escolar ponen de manifiesto que los jóvenes transgresores presentan carencias
en habilidades emocionales, como el control de los impulsos o la capacidad para
ponerse en lugar del otro (Criado del Pozo y González-Pérez, 2002).
La afectividad, en este momento, es un
tema recuperado por la Psicología Cognitiva. La emoción constituye en la actualidad
un capítulo muy importante de la Psicología Evolutiva y de la Psicología de la
Educación. A través de las emociones el sujeto expresa gran parte de su vida afectiva
(alegría, tristeza, ira, celos, miedo...), sin la emoción seríamos máquinas y
por tanto insensibles. Aunque durante mucho tiempo las emociones-sentimientos
debían ser disimuladas, hoy en día forman parte de la motivación, y en ciertos
momentos pueden ser definitorias de nuestra conducta, transmitiendo sin
palabras nuestro estado de ánimo.
La moderna investigación atribuye un
papel importante a habilidades tales como: el control de las emociones, saber
ponerse en lugar de los demás o el fomento de una actitud positiva ante el
mundo y las cosas, para prevenir las conductas violentas y los conflictos
interpersonales. Estas habilidades, que tienen que ver con lo que -se denomina
inteligencia emocional-, tradicionalmente han sido olvidadas tanto por la
educación formal (la realizada en la escuela), como por la educación informal
(socialización y educación medio ambiental). La educación, principalmente la
escolar, se había centrado en el desarrollo de las capacidades cognitivas y había
descuidado la educación afectivo-emocional.
La afectividad, emociones, sentimientos
y pasiones, desempeña un papel importante en nuestras vidas. Están arraigadas
biológicamente en nuestra naturaleza y forman parte de nosotros, lo queramos o
no. Con la ira expresamos malestar y puede servir para defendernos de una
situación de peligro; la ansiedad nos permite estar en estado de alerta ante
situaciones difíciles; la tristeza es una forma de expresar el dolor que
llevamos dentro o nos lleva a pedir ayuda; con las rabietas, manifestamos
insatisfacción y frustración, etc. Las emocionas, sentimientos, etc. son
necesarios; ahora bien, las emociones, pasiones… pueden dispararse en momentos determinados
sino se ejerce el debido control sobre ellas, pueden salir de nuestro control y
esto puede llegar a afectar a nuestro bienestar psicológico o repercutir en los
demás, de ahí la necesidad de una adecuada educación afectiva.
La educación en la afectiva se realiza
por “contagio social”. No es necesaria una programación para educar
afectivamente, se realiza de forma espontánea y natural mediante la educación
familiar, escolar y mediante el proceso de socialización y culturización
ambiental. Dicho esto hay que matizar esta frase afirmando que el desarrollo
emocional del niño es un tema complejo, difícil de delimitar, por las múltiples
conexiones que la esfera afectiva tiene con los restantes procesos físicos y
psíquicos del niño. Las emociones desempeñan un papel de máxima importancia en
la vida del niño. Añaden placer a sus experiencias cotidianas, sirven de motivación
para la acción. Las respuestas afectivas se vinculan con todas las situaciones
y relaciones humanas: con los padres, con el entorno, con el grupo de iguales,
en el trabajo o aula, en la actividad sexual, social y moral, en los procesos
cognitivos, etc. Condicionan todos los ámbitos de la vida de la persona.
EUGENIO GONZÁLEZ
Facultad de
Educación,
Universidad
Complutense.- Madrid
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